Antonio Barbadillo es un tío grande. Física, personal y profesionalmente. A mí me lo presentó hace unos años un amigo común, Carlos, y en esa ocasión me sorprendió que una persona pudiera tener la suficiente sensibilidad y conocimiento como para poder diferenciar desde chico las manzanillas de Sanlúcar dependiendo del barrio en el que se habían criado. Estas dotes, unidas a un verbo fácil, divertido y descriptivo, dan con la edad necesaria una bomba de la comunicación que la D.O. Jerez no debería desaprovechar.
Con este bagaje casi “genético” y una idea que le rondaba desde hace años por la cabeza, Barbadillo empezó su proyecto de Sacristía Ab eligiendo de una terna de bodegas, que habían pasado a la final, a su gran vencedora. Allí, en esa bodega, de entre 80 botas eligió las 32 que por sus características especiales –que no iguales- iban a formar su gran obra.
Una vez mezcladas por “El Alquimista” las respectivas 32 sacas en secretas proporciones en un único depósito, se sometió al coupage a una decantación en frío, de tal forma que el resultado se convirtió en un vino límpido y brillante de una tonalidad levemente dorada sin necesidad de haber pasado por filtros más o menos agresivos. Es una manzanilla en rama de libro. Es vieja porque ha pasado una media de ocho años de crianza, pero no es pasada porque el velo en flor ha estado protegiendo al vino todo ese tiempo de la oxidación.
Un producto polivalente que puede ser tanto algo muy especial para frikis iniciados como una manzanilla compleja, con esos aromas a hierba recién cortada, frutos secos y yodo que valorarán los aficionados y cómo no, un vino que, por su finura y plenitud en boca, puede ser perfectamente el comienzo en este complejo mundo de los generosos.
Una obra de arte de un Maestro, más que un vino, por 11 euros. ¿Alguien da más?